martes, 7 de octubre de 2014

MOISA






Hola de nuevo. Este relato ha quedado finalista en el Premio especial sobre la Reconciliación del Canal Literatura. Espero que os guste.


MOISA



- ¡Marijan, Laila!, ¡Volved aquí ahora mismo!

Moisa, sentada sobre el suelo de la estación de Mostar, esboza un gesto severo hacia los niños, consciente de que no les engaña. ¿Cómo podría hacerles más daño del que ya les hace a diario la vida? Bastante llevan ya sufrido. Aun así nunca se cansa de verles jugar y reír como si todo lo que ocurre a su alrededor resbalara sobre esa piel dura y curtida.

Cuando al fin se acercan, les regaña por quitarse los abrigos, olvidando que los niños jamás tienen frío. Cerca, pasea una pareja de soldados españoles -haciendo su patrulla- que la miran con disimulo y sonríen.

- Menos mal que están estos aquí, que si no…

Es guapa, Moisa, muy guapa, pero no lo sabe, o prefiere no saberlo. Tal vez porque esa belleza no le ha dado sino sinsabores y disgustos; primero por ser el objeto de deseo de demasiados hombres, luego porque esa misma cualidad la hizo diferente a las otras mujeres del Centro de detención de Miljevina impidiendo que cumpliera su destino de muerte junto a ellas.

FICHA
Djulic, Moisa nacida Bosnjiak el 18/07/1970 en Sarajevo
Padres: Desconocidos
Casada. Esposo: Djulic, Drazen,
Nacionalidad: Bosnia,
Religión: musulmana

Nota: Protegida por el camarada Milo Djulic. No maltratar.

Por supuesto, esta protección llevaba cosido un precio en su etiqueta: Se llama Marijan y tiene cuatro años.


La larga espera sumerge a Moisa en un letárgico ensimismamiento que la lleva a otros tiempos más felices, antes de que empezara el final de todo. Vuelve a la biblioteca de Sarajevo, al rostro sereno de Drazen, a su primera vez juntos, a su olor… Después todo vino rodado, como si las cosas no pudieran ser de otra manera: La conversión de Drazen, la boda por el rito musulmán, los años felices, el embarazo, los ojos de Laila… y al fin el momento más temido: Su viaje a Podgorani.
La familia de Drazen pertenecía a la baja nobleza Serbia, terratenientes que lo habían perdido casi todo en pocos años: Sufrieron el terror Ustacha de Pavelic, la posterior venganza Chetnik, y finalmente las purgas de Tito. Pero conservaban el orgullo de sus antepasados, los vencedores del Kosovo y militaban en el más rancio nacionalismo, siempre soñando con una Gran Serbia imposible.

El recibimiento no llegó ni a la categoría de cortés. Tan sólo Milo, el hermano pequeño, mostró un calculado interés por ella, teñido de desprecio hacia Drazen, como si su conversión fuera la peor de las traiciones.

Entonces fue cuando todo enloqueció, todo. Ahora ellos están muertos, todos muertos, todos…

- ¿Hola? ¿Alexandra? Sí, soy Moisa. Estoy en Mostar con tus nietos…
Por favor, ven…


Un bufido agónico anuncia la llegada del decrépito tren. Moisa se levanta nerviosa y se dirige con los niños hacia los vagones. Entre un marasmo de cajas de cartón, viejas maletas y muchas emociones, divisa el pelo alto, entrecano y orgulloso –inconfundible- de Alexandra, su suegra por partida doble. Llevan cinco años sin verse y se observan en silencio buscándose la una en la otra. Ambas han cambiado, ambas han bajado a los infiernos para resurgir con el alma lacerada, pero se reconocen como parte de una estirpe de mujeres que les une más allá de los genes. No hay llantos, no hay reproches, tampoco besos ni gestos excesivos. A través de la mirada se comprenden y, en silencio, se erigen en las firmantes secretas de un pacto de futuro, cómplices en la esperanza, garantes de una paz que rompa con la historia.

- “Marijan, Laila… dad un beso a vuestra abuela…”.

Entonces, cada una con un niño de la mano y enlazadas por sus brazos, emprenden el lento camino a Podgorani, hacia lo poco que quede de la vieja granja familiar. Sólo se tienen la una a la otra en el mundo; Alexandra, serbia ortodoxa, Moisa, bosnia musulmana. Ambas han perdido demasiado en esta guerra infame, pero se saben necesarias.
Tal vez esto sea lo que llaman reconciliación, acaso simple sentido común. Por eso, desde la tierra de sus antepasados, lucharán por sobrevivir y rezarán -cada una a su Dios- para que ni Marijan ni Laila, tengan que enfrentar jamás otro huracán de odio o el punzante rencor nacido de una bala.