domingo, 24 de julio de 2022

AULLIDOS ESTEPARIOS

 

AULLIDOS ESTEPARIOS


De nuevo tuve que aguardar junto a la puerta

 Hay algo en Ana que va más allá de la simple impuntualidad, algo que la retiene involuntaria frente al espejo, algo íntimo y hermoso.  Es coqueta Ana, y eso me gusta, aunque me haga esperar demasiadas veces.

Inquieto, me limité a emitir un gruñido suave, casi una súplica. La quiero demasiado para regañarla.

Al fin salimos al aire frío, a los azules suspensos, a los olores curtidos de vida que nutren el barrio. El paseo fue más largo de lo habitual. Hoy es un día distinto. Lo sé porque tuvimos que llegarnos hasta la pastelería New York. Queda más lejos, pero nadie hace las reinas de nata como ellos. Y las pastas de té.

Ana sabe que soy feliz cuando esto ocurre y me reservó la sorpresa hasta el final. El intenso aroma de los obradores, el perfume del bizcocho, la cremosidad de la nata…

Y comprendo su nerviosismo feliz: hoy vienen todos los que importan a comer.

De vuelta, Ana se desliza ligera, risueña, nube, mientras susurra “ne me quitte pas, il faut oblier…” y yo, a su lado, airoso y firme como un gallo.

La primera en presentarse es la pequeña Eva, acompañada de Fernando, su padre -y exmarido de Ana-.

No nos soportamos y ambos lo sabemos, aunque disimulamos lo suficiente para que la sangre no salpique. Algún día, tal vez, le tendré que recordar que ahora Ana está conmigo, sólo conmigo. Felizmente se fue enseguida.

Eva tiene ocho años y mucho juego dentro, mucha curiosidad de cachorro. Siempre me sorprenden sus descaros.

Al poco llega Antonio. Trae una botella de vino, un ramo de despistes y el desenfado pausado de los años. Es el padre de Ana, al decir, el abuelo de Eva. Vive solo en el destartalado y enorme piso familiar. Demasiado solo.

Por eso, estas pequeñas ocasiones son tan importantes para él. Siempre lamenta la dificultad de reunir a la familia al completo. Pero sabe que es imposible. Su hija mayor, María, vive en California, soltera, lesbiana, egocéntrica. Raramente viene a España y cuando lo hace no tiene demasiado tiempo para nadie.

Luis, el único varón. Ha discutido con todos (siempre fue un celoso) y, a efectos prácticos, no existe. Además, su esposa es insufrible, por lo que tampoco se les echa en falta.

Alicia, la menor, marchó a Coruña con su pareja actual (una de tantas), y sus visitas cada vez son más espaciadas, aunque con ella todo está bien.

Ana se ha convertido en el centro involuntario de la vida familiar, especialmente desde que se separó de Fernando. Entonces yo no había aparecido aún en su vida. Ahora puedo decir, con orgullo, que soy el eje imprescindible de la familia, el equilibrio necesario.

Por fin asoma Matilde, tarde y urgente, lo que no sorprende a nadie. A sus 20 años hace vida independiente. Todavía está en esa etapa en que la familia es más bien una molestia. Supone, ingenua, que sus experiencias son maravillosamente únicas y que nadie la puede comprender. Es la arrogancia de la juventud, el descubrimiento siempre nuevo de las cosas. Ya madurará y, entonces, su instinto la traerá de nuevo a lo que importa.

La casa, ya completa, se ha envuelto de voces y emociones. Algunas, recién despiertas como Eva. Otras, serenas y tiernas en los ojos de Ana o en la austera mirada de Antonio. Alguna inquieta y algo ausente como demuestran los labios prietos de Matilde. Pero todas cómplices, ligadas por un tenue asombro de pieles conocidas más allá de palabras, algo que se resume infinito entre los genes.

Cada uno de ellos es un árbol de mi estepa y a todos les entrego la ración de afecto que precisan.

La amistad nacida entre Antonio y yo tiene un ritmo respetuoso y lento. Sabe que soy el mejor de los oyentes y al mirarnos a los ojos, todo queda dicho sin decirnos nada.

 Con frecuencia bajamos al parque y allí me habla con detallada nostalgia, de otros tiempos, de su esposa muerta, de una infancia lejana; de cuando las familias eran grandes y se agrupaban como almiares en torno del patriarca.

-“Mi padre –recuerda-, sólo necesitaba un gesto y todo se callaba.  Y luego vinieron los noviazgos, las esperas. Fundamos el hogar en tiempos apretados. Y fue un buen lugar para los niños. Faltaban cosas, pero sobraba cariño. Después crecieron, entablaron sus batallas. Y ahora me llegó la soledad…  ¿qué hice mal?”-.

Entonces calla, mira lejos, y escucha dentro. Yo comparto entero su silencio.

Luego, Eva. Es mi favorita. Disfruto viéndola jugar en el parque. Es divertido cuando Ahmed quiere tener cuatro novias, o cuando niñas y niños juegan a divorciarse y se pelean. Al final siempre ganan las niñas, pues son más resueltas. En ocasiones participo de sus guerras y soy montura y soy jumento. Y me agotan… pero yo corro, corro hasta gastarme el alma.

Con Matilde tengo más distancia. La veo poco y escoge mantenerse ajena. Su ropa trae un relato de miedos, de ansias, de ganas de vivir… y un fondo algo tiznado de alcohol, humo y nostalgia.

Definitivamente, Ana. Pensad en todo y apenas atisbaréis el rastro leve de su esencia. Hembra serena, completa, amiga. Compañera leal, sin condiciones, deliciosamente mía.

De noche, Ana, cae al sueño agotada. Yo me tiendo a los pies de la cama y protejo su reposo. Y mientras duermo alerta, comienzan mis andanzas por la estepa. El viento, la nieve, el olor de la presa, la manada, mi fiereza. La antigua llamada de los clanes.

Soy Hans, el perro de la casa, guardián de esta familia, su muralla, y entre mis dientes oculto mil aullidos.

domingo, 14 de marzo de 2021

EL TEMBLOR (Este relato es un homenaje a María Domínguez Remón, primera alcaldesa democrática de España).

 


Cuando el camión empezó a temblar por el esfuerzo, María supo que estaban subiendo la cuesta que lleva al cementerio. También supo que a ese temblor se sumaba el de su propio cuerpo, devorado por el miedo. Entonces se abrazó a la pobre Narcisa que gimoteaba a su lado.

- No llores, cariño, no les des ese gusto…

- No lo puedo evitar… ¿por qué nos matan, María?, ¿por qué?

- Pues porque, en el fondo, tienen más miedo que nosotras, Narcisa, y tratan de calmarlo bebiéndose nuestras vidas y las de tantos otros…

Narcisa se aferró aún más fuerte a María y siguió gimiendo inconsolable. Ya imaginaba que aquellas palabras no eran de gran alivio, pero ¿qué le va a decir? si no hay mujer más inocente en la Tierra que ella.

Porque a María la fusilan por socialista, por mujer, por decir siempre las verdades de frente y por no rendirse nunca. A Narcisa en cambio, la matan porque no pudieron hacerlo con su marido, que huyó en cuanto se olió el peligro.

El camión sigue bufando ruidosamente en su camino indecoroso, como si tuviera vergüenza de sí mismo y no quisiera llegar nunca. Tras la oscuridad rota del primer amanecer, entre las sacudidas del viejo motor, María distingue los rostros serios de sus verdugos y el brillo de los fusiles. Reconoce a Miguel, tan joven que apenas esboza una pelusilla sobre los labios, y recuerda cuando nació y lo sostuvo en brazos. También adivina la silueta de Juan, “el renco” y entiende porqué nunca le gustó, con aquella mirada torcida y esa aureola de falsedad. Ninguno de ellos se atreve a cruzar sus ojos con ella. A los otros dos no los conoce. Deben ser de Borja o de Tarazona. Se les ve relajados, como si tuvieran ya costumbre de estas cosas. Charlan entre ellos sobre lo bien que apunta la vendimia. Por primera vez, María reconoce el fuerte olor a mosto y uvas que desprenden las tablas del camión y adivina que, con toda seguridad, al amanecer volverá a las viñas para seguir llevando viajes de uva a los lagares y bodegas del pueblo. Un esfuerzo mucho más noble que el de aquella madrugada cruenta.

A lo mejor se confunden las manchas oscuras de la uva garnacha con la sangre, la misma sangre que nutre al pueblo.

María siente el perfume tibio de la cercana alborada y reconoce tantas madrugadas idénticas y felices, cuando salían en cuadrilla hacia los campos para vendimiar al sol suave de septiembre; luego, a la tardada, regresaban agotadas por el esfuerzo, pero satisfechas por lo conseguido. Entonces también le temblaban las piernas de puro cansancio y descubre, con sorpresa, que su vida ha sido un perpetuo temblor de piernas, pero eso nunca la detuvo para hacer lo necesario.

Le temblaron las piernas cuando escapó de su primer marido, un maltratador impresentable, y se llegó hasta Barcelona, sola, con una mano detrás de otra, pero con las ideas claras. Allí se colocó de sirvienta, allí aprendió sola a leer y escribir, allí vivió la Semana Trágica y le nació la conciencia de ser pobre y mujer. Aprobó los exámenes a la escuela normal y consiguió el título de magisterio -¿quién lo hubiera imaginado de aquella apocada muchacha que bajaba la vista cuando se cruzaba con algún hombre, como le había enseñado su madre?-.

Le temblaron las piernas cuando, años después y ya residiendo en Gallur, le propusieron dirigir la alcaldía por el partido socialista. Pero no se amilanó y aceptó el cargo aun sabiendo que iba a levantar ampollas entre los caciques del pueblo. Para sorpresa de muchos lo hizo bien, muy bien y se ganó el respeto. Sus alumnos la querían, los vecinos la apreciaban, sus compañeros de partido la admiraban. Incluso escribió artículos en diversos periódicos y dio conferencias muy aplaudidas. Se había convertido en una luchadora, portavoz de los más desfavorecidos y ejemplo para muchas mujeres. ¿En qué momento se torcieron tanto las cosas para llegar a este horror?

Cuando se supo lo del ejército de África y el levantamiento militar, marchó a Pozuelo, su pueblo de nacimiento, pues supuso que allí, al ser un pueblo tan pequeño y todos familiares o conocidos, sería más seguro estar. En seguida llegaron noticas espantosas de Gallur y otros pueblos que hablaban de fusilamientos indiscriminados, así que sólo fue cuestión de tiempo que alguien la delatara y la fueran a buscar. En Fuendejalón no hubo ni siquiera una parodia de juicio ¿para qué, si la sentencia ya estaba dictada?

El camión ha parado. Con palabras destempladas las obligan a bajar y, alumbradas por los faros mortecinos del vehículo, las empujan hacia a la tapia. María siente de nuevo el temblor de sus piernas, luego frío y después… nada.

 

***


 

Nota final. María Domínguez Remón (Pozuelo 1882-Fuendejalón 1936) fue fusilada el 7 de septiembre de 1936 junto a las tapias del cementerio de Fuendejalón (Zaragoza). El domingo 31 de enero de 2021 su cuerpo fue exhumado en ese mismo lugar. Fue la primera alcaldesa democrática de España (1932-33) en Gallur (Zaragoza). Hoy, muchas asociaciones de mujeres reivindican su nombre y su memoria.

 

 

 

jueves, 28 de enero de 2021

LECCIONES DE ARTE Y VIDA

 

 


- ¡Muchachitos… no se sorprendan por nada! Sean curiosos, observen con detalle, y no prejuzguen…

Con esa frase empezaba y terminaba sus clases el Padre Juan, mi mejor maestro. Le llamo maestro porque a diferencia de otros profesores me dio herramientas para la vida en una etapa tan delicada como la adolescencia, cuando todo nuestro futuro viaja por el filo de la indefinición y caer a un lado o al otro depende de mínimos detalles: Una mala amistad, un amor frustrado, un mal consejo… o un buen profesor.

Era un personaje peculiar, alto y delgado, de rostro complicado;  tenía una mirada que te atravesaba con sus ojos verdes. Le llamábamos “el Tusi”, por su asombroso parecido con los guerreros Watusi -lo que era muy llamativo para un burgalés-. Era de hablar pausado y voz profunda, casi cavernosa, teñida con un melodioso deje colombiano, recuerdo de sus años de misionero.

Tenía fama de duro, y lo era, no porque exigiera imposibles, sino porque obligaba a pensar. Fomentaba el espíritu crítico y la capacidad de análisis; nos retaba a encontrar lo esencial y separarlo de lo accesorio, nos enseñaba, en definitiva, a madurar.

Impartía varias materias pero lo mejor eran las clases de Arte. Asumía que la parte teórica la debíamos preparar por nuestra cuenta -leyendo los manuales, buscando información, ampliando los temas- para luego desarrollar lo aprendido en el aula. Recuerdo la primera vez en la sala de diapositivas cuando, en la oscuridad, apretó un botón, apareció una imagen y exclamó

- Comenten…  

Durante un rato sólo hubo un silencio espeso hasta que, al fin, algún valiente carraspeó y se atrevió a decir:

-Es un bisonte…

Su respuesta irritada fue inmediata:

- ¡Por favor!, no digan simplezas ni obviedades…

Al rato otro compañero se aventuró a señalar:

- Pertenece a la Sala de los bisontes de Altamira…

- No me interesa si es de Altamira, no reparen en eso. Limítense a comentar sobre lo que ven…

Y lo que empezó siendo silencio inquieto se transformó, con el tiempo, en animado debate donde las ideas y las observaciones sutiles se intercambiaban con la excitación del descubrimiento. Con diferencia era nuestra asignatura preferida, pues aprendíamos y disfrutábamos. Las clases se completaban con sus propuestas para asistir a exposiciones y conferencias, organizar viajes a museos y lugares con obras de arte interesantes o cualquier otra actividad que sirviese para ampliar conocimientos.

Como ya expliqué, el Padre Juan era especial, llegando a mostrar una franqueza brutal para la época. Una de sus más famosas anécdotas se produjo cuando, al comentar “Las Señoritas de Aviñón”, terminó diciendo:

- Que, por cierto, ni eran señoritas ni eran de Aviñón… Eran tres putas…

Claro, nuestras carcajadas fueron tremendas, pero él nos miró muy serio y nada divertido…

- ¡No sean infantiles y afronten la realidad de las cosas con naturalidad! Ya no son niños.

Para luego terminar con su lema:

- ¡Muchachitos… no se sorprendan por nada! Sean curiosos, observen con detalle, y no den las cosas por supuestas…. Pero no juzguen a los demás, ni se rían de sus debilidades.

Sus exámenes eran famosos por el nivel de exigencia. Entraba todo el contenido del trimestre e incluía, cómo no, un apartado de diapositivas. Entre ellas solía añadir algunas “trampas” precisamente para que no bajáramos la guardia y nos ciñéramos a lo que veíamos, sin apriorismos.

Este método dio resultado y así se vio en selectividad, aunque lo verdaderamente importante fue la influencia que tuvo en nuestro desarrollo intelectual.

Terminado el colegio no volví a verle hasta pasados unos años en una situación muy embarazosa, al menos para mí. Resulta que, terminada la carrera, decidí preparar oposiciones. Como es bien sabido es una tarea que requiere esfuerzo y dedicación constante lo que conduce al aislamiento. A esas edades la naturaleza nos suplica alguna “distracción” ocasional que alivie los instintos, pero al carecer de oportunidades, encontraba consuelo con señoritas como aquellas de Aviñón (algo de lo que no me siento orgulloso, pero eran otros tiempos).

Había en el barrio un piso discreto donde “recibían” caballeros. Doña Iluminada, la propietaria, que podía haber pasado por una abuelita encantadora, siempre decía:

- Esta es una casa limpia y decente. Aquí sólo admitimos señores serios.

 Pues bien, en una de esas visitas, me lo encontré allí, esperando, como un cliente más. Tras un primer momento desconcertante y sin posibilidad de escape, acerté a saludarle con un ridículo

- “Buenas tardes… padre…”

Él, sorprendido, me miró con curiosidad, hasta reconocerme. Entonces exclamó con naturalidad y alegría…

- ¡Ah…¡ usted es… (y aquí dijo mi apellido), del curso del 75.  Ahora le recuerdo. Un buen alumno.

Al notar mi estupor, me miró de nuevo a los ojos con esa mirada penetrante y una sonrisa divertida,

-  ¿Recuerda lo que les decía? No se sorprendan por nada. Así que tranquilo pues, como comprenderá, los religiosos también tenemos algunas… “necesidades”. Y ahora, mejor,  cuénteme qué ha sido de su vida...

Aunque azorado mantuve el tipo y le fui explicando mis andanzas. Al rato, le avisaron de que ya podía pasar y, mientras se levantaba, me susurró al oído…

-  ¿Usted también viene por Vicky?

Muy colorado, apenas me salió aire para asentir; entonces, con un delicado toque en el hombro dijo:

- ¡Cómo me alegra comprobar que le enseñé a tener buen gusto…!

En cuanto pasó dentro me escabullí discretamente de allí para no volver jamás.

Han pasado muchos años y el Padre Juan ya falleció llevándose su sabiduría. De él aprendí casi todo menos lo de las sorpresas, pero ni le juzgué entonces, ni le critico ahora.

 

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