AULLIDOS ESTEPARIOS
De nuevo tuve que aguardar junto a la puerta
Hay algo en Ana que va más allá de la simple impuntualidad, algo que la retiene involuntaria frente al espejo, algo íntimo y hermoso. Es coqueta Ana, y eso me gusta, aunque me haga esperar demasiadas veces.
Inquieto, me limité a emitir un gruñido suave, casi una súplica. La quiero demasiado para regañarla.
Al fin salimos al aire frío, a los azules suspensos, a los olores curtidos de vida que nutren el barrio. El paseo fue más largo de lo habitual. Hoy es un día distinto. Lo sé porque tuvimos que llegarnos hasta la pastelería New York. Queda más lejos, pero nadie hace las reinas de nata como ellos. Y las pastas de té.
Ana sabe que soy feliz cuando esto ocurre y me reservó la sorpresa hasta el final. El intenso aroma de los obradores, el perfume del bizcocho, la cremosidad de la nata…
Y comprendo su nerviosismo feliz: hoy vienen todos los que importan a comer.
De vuelta, Ana se desliza ligera, risueña, nube, mientras susurra “ne me quitte pas, il faut oblier…” y yo, a su lado, airoso y firme como un gallo.
La primera en presentarse es la pequeña Eva, acompañada de Fernando, su padre -y exmarido de Ana-.
No nos soportamos y ambos lo sabemos, aunque disimulamos lo suficiente para que la sangre no salpique. Algún día, tal vez, le tendré que recordar que ahora Ana está conmigo, sólo conmigo. Felizmente se fue enseguida.
Eva tiene ocho años y mucho juego dentro, mucha curiosidad de cachorro. Siempre me sorprenden sus descaros.
Al poco llega Antonio. Trae una botella de vino, un ramo de despistes y el desenfado pausado de los años. Es el padre de Ana, al decir, el abuelo de Eva. Vive solo en el destartalado y enorme piso familiar. Demasiado solo.
Por eso, estas pequeñas ocasiones son tan importantes para él. Siempre lamenta la dificultad de reunir a la familia al completo. Pero sabe que es imposible. Su hija mayor, María, vive en California, soltera, lesbiana, egocéntrica. Raramente viene a España y cuando lo hace no tiene demasiado tiempo para nadie.
Luis, el único varón. Ha discutido con todos (siempre fue un celoso) y, a efectos prácticos, no existe. Además, su esposa es insufrible, por lo que tampoco se les echa en falta.
Alicia, la menor, marchó a Coruña con su pareja actual (una de tantas), y sus visitas cada vez son más espaciadas, aunque con ella todo está bien.
Ana se ha convertido en el centro involuntario de la vida familiar, especialmente desde que se separó de Fernando. Entonces yo no había aparecido aún en su vida. Ahora puedo decir, con orgullo, que soy el eje imprescindible de la familia, el equilibrio necesario.
Por fin asoma Matilde, tarde y urgente, lo que no sorprende a nadie. A sus 20 años hace vida independiente. Todavía está en esa etapa en que la familia es más bien una molestia. Supone, ingenua, que sus experiencias son maravillosamente únicas y que nadie la puede comprender. Es la arrogancia de la juventud, el descubrimiento siempre nuevo de las cosas. Ya madurará y, entonces, su instinto la traerá de nuevo a lo que importa.
La casa, ya completa, se ha envuelto de voces y emociones. Algunas, recién despiertas como Eva. Otras, serenas y tiernas en los ojos de Ana o en la austera mirada de Antonio. Alguna inquieta y algo ausente como demuestran los labios prietos de Matilde. Pero todas cómplices, ligadas por un tenue asombro de pieles conocidas más allá de palabras, algo que se resume infinito entre los genes.
Cada uno de ellos es un árbol de mi estepa y a todos les entrego la ración de afecto que precisan.
La amistad nacida entre Antonio y yo tiene un ritmo respetuoso y lento. Sabe que soy el mejor de los oyentes y al mirarnos a los ojos, todo queda dicho sin decirnos nada.
Con frecuencia bajamos al parque y allí me habla con detallada nostalgia, de otros tiempos, de su esposa muerta, de una infancia lejana; de cuando las familias eran grandes y se agrupaban como almiares en torno del patriarca.
-“Mi padre –recuerda-, sólo necesitaba un gesto y todo se callaba. Y luego vinieron los noviazgos, las esperas. Fundamos el hogar en tiempos apretados. Y fue un buen lugar para los niños. Faltaban cosas, pero sobraba cariño. Después crecieron, entablaron sus batallas. Y ahora me llegó la soledad… ¿qué hice mal?”-.
Entonces calla, mira lejos, y escucha dentro. Yo comparto entero su silencio.
Luego, Eva. Es mi favorita. Disfruto viéndola jugar en el parque. Es divertido cuando Ahmed quiere tener cuatro novias, o cuando niñas y niños juegan a divorciarse y se pelean. Al final siempre ganan las niñas, pues son más resueltas. En ocasiones participo de sus guerras y soy montura y soy jumento. Y me agotan… pero yo corro, corro hasta gastarme el alma.
Con Matilde tengo más distancia. La veo poco y escoge mantenerse ajena. Su ropa trae un relato de miedos, de ansias, de ganas de vivir… y un fondo algo tiznado de alcohol, humo y nostalgia.
Definitivamente, Ana. Pensad en todo y apenas atisbaréis el rastro leve de su esencia. Hembra serena, completa, amiga. Compañera leal, sin condiciones, deliciosamente mía.
De noche, Ana, cae al sueño agotada. Yo me tiendo a los pies de la cama y protejo su reposo. Y mientras duermo alerta, comienzan mis andanzas por la estepa. El viento, la nieve, el olor de la presa, la manada, mi fiereza. La antigua llamada de los clanes.
Soy Hans, el perro de la casa, guardián de esta familia, su muralla, y entre mis dientes oculto mil aullidos.