domingo, 4 de diciembre de 2011

Diciembre... otra vez



ARRUGAS (a mi padre... por los años que no cumplió)




Qué extrañas las arrugas imponentes

de tus huesos

temblando el calcio por los años

que no tienes y te cuento, y te pronuncio.



Noventa puñetazos en la fecha

señalados, y treinta caracoles, treinta,

que no llegan

como treinta monedas traicioneras,

como treinta aldabonazos.



Te quise adjudicar todas las deudas

y hacerte reo por faltarme tanto y cuánto

-sobre todo cuánto-

de tus dedos a mis canas sin remedio.



Ahora que no puedo imaginarte

siendo un viejo paso a paso

te adjudico una arruga por diciembre

de regalo, y la cuelgo profunda

entre mis gestos.

 
***

miércoles, 21 de septiembre de 2011

DESCRECIENDO (alzheimer)




DESCRECIENDO


Olvidar
es un trabajo amable
fecundo en resultados.

Me aplico y sin esfuerzo
millones de lagartos devoran
con ritmo diluviano
marañas que forjaron
mis cariños, lastres
pegajosos por queridos,
molestas trazas
cerebrales de aquello
que escogí
cuando era humano.

Un perezoso avanza en retroceso
subiendo hasta las venas
del recuerdo; mastica
y se alimenta de golosos sustantivos
-nombres propios sin sonido-
desnudándome paciente
con su bruma
-un diente triturando el acertijo-.

Dentro de mí
renazco enrabietado
en niño grande;
tras cada axón ausente
me acerco al objetivo:
desconexión tenaz y programada
hasta mi nada herida.

A veces
las arañas se resisten
laboriosas y urden viejas
tramas viejas que galopan,
a veces,
azules los destellos…

-Olor que fue verano

tu beso en mi mejilla

tu rostro junto al mío

tu mano y mi extrañeza-

…retazos que salpican
mientras yo, jugando al
escondite
me oculto en mi guarida
vacía de emociones.

¡¡Oh!! Retorna el niño
que no era
descreciendo por momentos

¡¡atrás, atrás, al útero gigante!!

Vuelvo a ser lo que no fui,
oscuro y negro eterno
como antes,
como antes de haber sido:

vacío, vacío, vacío…

¡Sentid el universo pleno!


***

jueves, 1 de septiembre de 2011

PELOTAS


Tras este largo periodo de vacaciones que se ha tomado el Blog (en contra de mi voluntad, os lo aseguro) continuamos precisamente con un relato inspirado en una experiencia de estos días. A ver si os gusta.


PELOTAS



A Eleuterio Galán nunca le gustaron las pelotas. Ni los niños, ni sus risas… acaso porque él no fue feliz cuando tocaba.

Si tuviéramos que explicar la infancia de Galán, la palabra “desdichada” se nos quedaría corta. Era Eleuterín silente y esquinado, de esos niños entecos y piernicurvos, huérfanos de cualquier habilidad social y tan proclives a recibir las burlas de los demás, como si con un imán interior las atrajesen; o dicho de otra manera y en castizo: era el “capacico de las hostias”. Además a todo este despropósito se añadía su única virtud: La inoportunidad. Tenía nuestro mocoso la insana costumbre de asomar en el peor de los momentos: Si rompían un cristal jugando al fútbol, todos escapaban a tiempo, menos él, tan despistado… o si un maestro ordenaba silencio, siempre quedaba su voz en el aire, portadora de una última palabra fatal –fatal para él claro, que sus compañeros bien que se divertían con sus desdichas-.

Naturalmente, su autoestima era un ente imaginario, como los Reyes Magos o Superman. En cuanto al físico… ya apuntamos algo sobre esa esmirriada anatomía. Los niños asumen con naturalidad la ley del más fuerte, y la aplican con abundancia generosa. Imaginaos el resultado de tal práctica sobre su endeble organismo: Todo él era una sucesión de moratones, rasguños y magulladuras varias.

Eleuterio no era inteligente -tampoco en eso la providencia fue generosa con él-, pero sí rencoroso y tozudo. A trancas y barrancas fue pasando los cursos, más por el poco entusiasmo que despertaba en los profesores la perspectiva de soportarle otro año que por méritos propios.

Lo cierto es que tantos golpes y tantas humillaciones acumuladas, le indujeron a tomar medidas paliativas, y como solución se le ocurrió apuntarse en secreto a un gimnasio culturista, de esos que se anunciaban mediante asombrosas fotografías en blanco y negro de hombres musculados con deslumbrantes sonrisas falsas. Y sí, a base de sudor y lágrimas –sin perjuicio de lo que ayudaron la edad y sus hormonas-, lo consiguió: supo labrarse un cuerpo envidiable, repleto de morcillas y cuadraditos.

Lamentablemente para él, a esas alturas –había alcanzado los 21 años- ya no estaba en la escuela, ni nadie de los de su entorno mostraba demasiado interés en pelearse, pues andaban todos más atentos a las chicas, los bailes y otras salsas. Asomaba de nuevo su extemporaneidad y los deseos de venganza debieron posponerse.

Ahora el reto consistía en manejarse en el sutil mundo del flirteo. Huérfano de cualquier experiencia en ese terreno -que demasiadas horas había tenido que invertir en el gimnasio- sus repetidos fracasos amorosos fueron de escándalo pues así como quien dice, “se le había pasado el arroz” y la “bola” que alimentaba su frustrada personalidad, siguió creciendo.



Llegados a este punto, daremos un salto en nuestra historia para encontrarnos a Eleuterio Galán ya entrado en ese monumento indefinido que llamamos madurez. Se había malcasado con una mujer irritante y perversa -era la única que quedó libre en su exiguo mercado sentimental- que tenía la capacidad de elevar el sentimiento de amargura a la categoría de maravilloso. Por aquella época se había empleado en la pescadería de un conocido supermercado. Allí, su limitado intelecto quedaba compensado sobradamente por aquella fuerza física que con tanto tesón había conseguido, y era muy apreciada su destreza para cargar y descargar las cajas más pesadas. Luego, frente al mostrador, exhibía una exquisita habilidad en tajar, abrir, lonchear, rebanar y limpiar cabezas, colas y tripas -cuanto más grandes mejor- como si con cada golpe aliviara la rabia acumulada por años de desprecios.

Este trabajo no estaba demasiado bien remunerado, pero a base de esfuerzo, ahorro y alguna ayuda familiar, Galán y su esposa consiguieron entregar la señal que les acreditaba como propietarios, mediante la consabida hipoteca vitalicia, de un bonito piso a estrenar en la mejor zona de un moderno barrio del extrarradio. El bloque contaba además con un precioso jardín y ¡hasta con piscina comunitaria! Aquello suponía –según su mentalidad simplista- ascender de golpe cinco peldaños en una escala social tan imaginaria en su cacumen como inexistente en la realidad.

Estas nuevas urbanizaciones solían habitarse, en su mayor parte, por jóvenes parejas muy predispuestas a ampliar el censo electoral, de manera que en pocos años el edificio duplicó sobradamente su número de ocupantes, especialmente el de mamones. Aquella etapa fue llevadera, pese a que para pagar la maldita carga hipotecaria, Eleuterio hubiera de doblar turno repetidamente, e incluso pese a su mujer, que cada vez se mostraba más impertinente con él –acusándole a voz en grito de impotente y fracasado-. Con eso y todo, Eleuterio no sentía ningún recato en pasearse por el jardín durante la temporada de piscina luciendo una tanga cuidadosamente escasa y pensada para que se pudieran apreciar cumplidamente todos los relieves de su otrora perfeta anatomía aunque ya camino de la decadencia. Le encantaba sentir los cuchicheos de admiración que despertaba a su paso, especialmente entre las féminas (en un discreto aparte habremos de confesar que Eleuterio no tenía la capacidad suficiente para discernir entre el asombro, la sorna y la rechifla, aunque este detalle no se lo explicaremos, que bastante lleva el pobre con lo suyo).

Pero el mundo es cambiante y los niños tienen la perversa costumbre de crecer, y con sus largas piernas aparecieron también un sinfín de ruidosos juegos, aliñados con jubilosas manifestaciones de exaltación vital. Llegó el momento en que toda aquella caterva de enanos, estaba más cerca del bigote que del sonajero y aprovechaban las vacaciones para disfrutarlas con reuniones interminables en ese jardín del que tanto presumía Galán cuando recibía visitas.

Por supuesto, estas efusiones no eran mudas y nuestro protagonista, que madrugaba lo suyo, sufría en sus carnes -más bien en su ligero sueño- tanta alegría puberescente.

Tras diversas quejas e insistentes reuniones -promovidas por nuestro héroe-, con el administrador y resto de vecinos, se determinó que, en lo sucesivo, la utilización del jardín quedaría limitada desde las once de la noche, prohibiéndose todo tipo de actividades ruidosas. Mas una cosa es predicar y otra dar trigo, y nuestros jovencitos no se sintieron aludidos por semejante normativa; y aunque sus papás les advertían de la conveniencia por respetar lo acordado, apenas obedecían, acaso llevados por ese gusto en llevar la contraria con que se nutren las primeras muestras de independencia.

Lo cierto es que este “jaleillo” nocturno molestaba sobremanera a Eleuterio, obligado como estaba a levantarse más pronto de lo recomendable, y fue la causa directa de una profunda y permanente irritación. Atormentado por el asunto, se lo tomó a modo de cruzada personal, y removió cielo y tierra para conseguir dormir sin interrupciones. Al tiempo, lo que comenzó como una petición razonable, se transformó en una obsesión, seguramente porque su salud mental se había resentido con tantos años de vejaciones, reales o imaginadas. A la postre el problema del ruido desapareció prácticamente en su totalidad –los niños maduraban-, aunque no así la asistencia de la chiquillería a tranquilas reuniones nocturnas. Pero aquello ya no era suficiente para él, pues imaginaba la situación como una suerte de reto directo hacia su persona, otra prueba que le imponía el destino para castigarle -todo esto bien exacerbado por su linda mujercita que se permitía llamarle calzonazos en público con más frecuencia de lo recomendable-.

Comenzó entonces un juego diario del ratón y el gato, en el que nuestro amigo presumía de ser el gato y los menores sus delicados ratones. Cada noche se presentaba a las once en punto en el jardín para espantar a los jovencitos a base de amenazas, insultos e incluso algún amago de agresión. Tanto pudo su tesón que aborreció definitivamente a todo el vecindario hasta que en una insospechada noche serena se obró el milagro; cuando bajó al jardín comprobó, sin ningún género de duda, que la constancia tenía premio:

¡Nadie ocupaba el recinto donde, además, reinaba el más placentero de los silencios!

Por una vez en la vida había logrado imponer su voluntad. Falto de costumbre y más exaltado que emocionado, se situó en el centro geométrico del jardín frente a todas esas ventanas que siempre consideró hostiles. Protegido por el oscuro silencio algo se removió en su interior, algo que alentó un impulso incontenible: Bajo los ojos, allí donde confluyen en confusión el llanto y la alegría, se desbordó una lágrima antigua; entonces, sin control alguno sobre sus actos, ejecutó un furioso corte de mangas dedicado al universo…

… y se masturbó triunfal.



Epílogo:

Doroteo Gobantes, de “Gobantes & Asociados, Administradores de fincas”, llegó más pronto de lo habitual a su despacho. Sudoroso y urgente, anotó en su agenda: “Comunicar sin falta a Eleuterio Galán, de Urbanización Los Girasoles, que ya está instalado el sistema de video-vigilancia dinámica que tanto ha reclamado. Hoy mismo se repartirá a todos los vecinos la primera grabación, realizada anoche, para que se pueda comprobar quiénes son los gamberros reincidentes y obrar en consecuencia”… y respiró aliviado. A ver si así dejaba de darle la murga, de una puñetera vez, ese peligroso psicópata.







lunes, 30 de mayo de 2011

CUANDO DIOS ERA PEQUEÑO

.
En un principio Dios sólo era un punto
ciego y muy pequeño.
Tan pequeño que explotó de rabia por no verse,
deshaciéndose en pedazos.

Después, a base de chocar y batirse
como leche en chocolate, nació el hombre,
-es decir, Dios-
consciente de ser, y no ser nadie.

Entonces vio al fin el resultado
-no sé si le gustó-



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miércoles, 4 de mayo de 2011

EL DESPERTAR

Nota: Este relato ha recibido el primer premio en el X certamen literario "Valentina Ventura" de Tauste (Zaragoza). Los que hayáis leído el relato "Laburo, no más", notaréis que se retoma el personaje de Escolástica Falcón, se repasa de manera somera su historia y termina precisamente con el nacimiento (o encuentro) de Gualterio Falcón. En realidad sería otra parte de una historia más compleja... pero al tiempo. Confío en que os guste.


EL DESPERTAR


Escolástica Falcón despertó bañada por ese asombro anaranjado y lejano que La Cordillera derrocha desde su horizonte inagotable. Con un bostezo agradecido volvió a recordar por qué había elegido para recogerse aquel rincón sereno del paisaje pampeano.
Como cada mañana desde hacía veinticinco años, bajó de la cama, se salpicó la cara en el aguamanil y, parada frente a un gran ventanal henchido de cumbres andinas, dejó secar su rostro al aire mientras evocaba sin temblor aquellas otras cimas pirenaicas de una infancia remota. Por un momento tan breve como ese hueco ausente y forzado que le lacraba el vientre, se imaginó feliz.
La vida de los desposeídos no tiene senderos lisos, y La Doña -que así era conocida por aquellos yerbatales: en mayúsculas y con respeto-, hubo de transitar desde bien niña por los más abruptos.
Al igual que tantas otras antes y algunas menos luego, Escolástica nació rodeada de hambres sin alivio en una aldea escasa del Aragón antiguo. Siendo despierta como era, para calmarlas practicó el más común de los afanes: con trece años huyó del surco y se buscó la vida en Barcelona; primero de mandadera en un comercio de coloniales y luego -ya pimpollo reventón- ejerciendo como doncella en una casa rica del “Passeig de Gràcia”.
Allí, aturullada con tanto marabú y tanta moderna elegancia, Escolástica perdió el terciopelo suave de alberge que explicaba la inocencia de sus pechos y algo más que no se nombra porque no hace falta, o porque queda más abajo de lo prudente. Tenían los señoritos burgueses de entonces una predilección malsana por las muchachas limpias del campo, en un torpe intento por emular las modas de lo natural que aprendieron cuando estudiaban en Manchester y Londres, -igual que hacer “sport”, o la gimnasia sueca-. La misma predilección que urgencia gastaban sus “papás” por deshacerse del “problema” según empezaba éste a crecer en el seno de la incauta -por algo aún escondían, junto a los valores del Bolsín, los viejos trabucos del somatén y las sotanas-.
Escolástica comprendió enseguida lo que vale una promesa de amor, es decir, nada, y lo mucho que cuesta desprenderse de los llantos; y también recordó lo que ya sabía, que una mujer sola, embarazada y pobre, sólo tiene una acera por recorrer: la que lleva directa al hospicio de “La Caritat” -donde arrumbó al bebé, deshecha en duelo- y sin demora a la calle Avignón, pues en aquellos renombrados “mueblés” empezaban su “carrera” las mocitas guapas y engañadas de los pueblos -y menos mal, porque aún atesoraban tiempo para terminar en peores sitios-.
Excepto dinero, el azar había depositado en Escolástica toda clase de virtudes para encarar las cosas como vienen, de modo que no supo estarse quieta y pronto se hizo con una reputación -no sé decir si buena o mala, pero a todas luces rentable- que le aseguraba un buen pasar.
No era “Lasteta” -que por ese apodo la reclamaban sus clientes con bastante rechifla- mujer de aguantaderas, sino traviesa y atrevida; lista, sí, pero también joven -demasiado- y, por ende, enamoradiza. Así que no tuvo mejor ocurrencia que renunciar a lo seguro y embarcarse hacia Cuba, hay quien dice que influida por el ritmo melancólico de las habaneras que tanto sonaban o, más bien, seducida por los mostachos impecables y el mirar profundo de un Piloto de mareas -¿por qué no sabrán convivir inteligencia y pasión sin estorbarse?-.
Y a partir de ahí, dibujada de “femme fatale”, comenzó su leyenda de seducciones, huidas y derrotas -aliñada por un rastro de niños incluseros-; una aventura de caídas y pasiones donde enfrentó a hombres con hombres, amó sin cortapisas, provocó duelos y alivió mil llagas. Era Escolástica puro imán que busca al hierro -para con él herirse sin reblar nunca-, obsesionada por hallar algún nuevo horizonte donde ocultar ese desencanto ahogado que le ladraba desde dentro como una rabia sin manos que morder: Desde La Habana a Caracas, luego Bahía -flor de cacao-, después Iquitos -de puro caucho-, Salta, el Neuquén… un periplo de lugares, escándalo y reyertas.
Años más tarde, ya corrida y desgastada, jamona por la edad y harta de galanes, fue a darse de bruces con un impresionante caserón colonial a desmano de cualquier señuelo, y se encandiló con tres ventanas -mejor dicho, del paisaje andino que enseñaban- seguramente pensando que éste no le abandonaría nunca, como sus otros amores, o porque rozó en ella algo que se fingía muerto y despertó.
Con parte de lo guardado, que no era poco, adquirió la finca y montó una pulpería para dar servicio al gaucho y al milico, al indio y la barragana, sin despreciar a nadie. Se relacionó bien con los estancieros del contorno, que buena escuela tenía, y recibió el reconocimiento general de la provincia y todos sus secuaces.
Así estaban las cosas aquel día de abril que anuncia nuestra historia cuando, extrañada, sintió moverse una sombra en el zaguán contiguo mientras se escuchaba un ronroneo suave como el lento musitar de una triste milonga. Salió afuera nerviosa, con el corazón botando, para encontrar allí lo que intuía: un cestillo en el rincón, desbordado por dos ojos asustados. Y ya fuese por caridad, o porque también tenía culpa en la conciencia -pues más de un mamón olvidó ella por esas tierras de Dios- fue sentir llorar al desdentado, que se le puso un calor así, bien prieto al pecho, y comenzó una emulsión feroz de lágrimas antiguas; y tanto pudo la naturaleza de las viejas penas que donde la ley de las cosas rectas hubiera dado en sofocos y sudores, estallaron dos manchas de leche incontenible que escurría en su camisa como llanto de pezones.
Y ya no hubo fuerza en el mundo para separarla del pequeño, y a nadie sorprendió demasiado tal milagro, pese a que las mujeres sesentonas -las corrientes-, no sacan su historia licuada en leche por los pechos. Pero así eran las cosas en aquel lugar y en aquellos días.
Es cierto que hubo quien se malició si todo era un engaño de Doña Lasti para esconder algún devaneo inconfesable, y que tal milagro no fue sino teatro por preservar su honra, y que de tan gorda como estaba nadie notó el embarazo. Tal vez, aunque en verdad la virtud de La Doña, bien dudosa, no necesitaba tapujos, y que su avanzada edad seguía otorgando al asunto la categoría de extraordinario.
Lo que tiene la natura es que no miente, y al cabo de cuatro años de alimentar tantos hijos perdidos -que ni un día dejó de darle el pecho al pequeñín-, el rorro había medrado fuerte y compacto, sano y “colorao” como un potranco, al tiempo que La Doña se consumía igual que la cecina seca, y tal pareciera que se le iba el ser disuelto en leches y calostros. Y donde hubo abundancia no quedó sino tendón y sarmiento, y pieles flojas, y ojeras agarradas. Aquello semejaba una suerte de trasvase entre dos cuerpos, pues lo que se perdía de una parte se instalaba completo en el muchacho, lo mismo las carnes que sus genios fuertes.
Al poco tiempo murió, por extenuación, quien tanto había vivido y no hubo alma del paisanaje que no pasara a presentar sus respetos, y más los agradecidos que eran muchos, igual por sus favores en arrullos que en sustancia, pues fueron demasiadas las hambres, de cualquier tipo, que calmó la finada.
Hoy de su memoria tan sólo se guardan tres ventanas desusadas, el jardín de huesos rotos -como esas estatuas de mármoles quebrados-, y una lápida aterida con su nombre, dos fechas y este elogio:


Escolástica Falcón Acín
(Ardanuy-Huesca 1871-Tupungato-Mendoza 1937†)
“Mujer de frontera, puta cuando tocaba y madre de arriada”



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jueves, 28 de abril de 2011

TORMENTA

.
...aquí os dejo otra "pincelada"



Presagio de los vientos,
barullo entre las cañas
y una voz fundida en soles.

Redoble de caballos al galope,
agua y bosque para dos mares
con miedo -blanco y blanco
sobre negro- murmullo de oración,
y una sola vela sola en mi recuerdo.

Goteo por relojes, silencios apacibles,
ventanas-aire como mapas;
olor de hinojo y milenrama,
lágrimas con menta y fe.

En la vieja casa calma
sin tormentas
ni café.



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lunes, 18 de abril de 2011

EL RATÓN ABUSÓN

Días de vacaciones, niños en casa... pues va otro cuento... y a ver si os gusta


El ratón Ramón
es muy elegante,
vive en el Zoo
junto al elefante.

El ratón Ramón
se cree un gigante:
Asustó al vecino,
le robó un guisante.

El pobre elefante
sufrió un sofocón
¡cuanto se rieron
todos en el Zoo!

Habló con su amigo
el señor León.
Le explicó dolido:
el ratón Ramón, es un abusón.

Quédate conmigo
le dijo el león,
le daré al listillo
su medicación.

Salió don Ramón
a buscar guisantes
pero se encontró
unos dientes grandes.

Del susto tan gordo
que el ratón llevó
casi se nos muere
sin decir adiós.

Le dijo el León:
Aprende tunante
esta gran lección;
no abuses del miedo
de tus semejantes,
pues habrá otros muchos
que te den capón.



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lunes, 11 de abril de 2011

AMNIOS

Con este poema me han concedido el Premio especial del público del concurso Canal Literatura. Lo sé, lo sé... la vanidad... ¡ayyy!. Pero no puedo evitarlo, estoy contento pues así me leerán más ¿de eso se trata no?


.
Aun antes de nacer ya me entendías
pues flotabas dentro
y eras el vientre mismo de todas las madres,
construida por las mismas cosas.

Te imaginé en el amnio perezoso
colmada de ola y naufragio,
te degusté dormida
donde no estabas y serías, visión futura
de mis hormonas hembra,
anticipo elemental lacado en dudas.

Y ya no hubo pared que te tuviese
entera, ni músculo capaz de sujetar
las ganas peregrinas
instaladas en mis huesos como hierba
zurcida de dolores.

Así empezó la busca entre palma
y cataratas de otros dedos
tan iguales a los tuyos impacientes,
presentidos desde antes de apuntar
con ellos nuestro enigma
de sonrisas, de cabellos cables,

de idénticas caderas.



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martes, 5 de abril de 2011

LATIDOS

Se ha ido el maestro Zú. No lo conocía... y sin embargo...
Estos latidos que siento hoy son para él


No me dejéis conmigo a solas
rodeado de látigos latidos
que me pegan duro
y se escabullen
                        y me retan.

¿Cuál de estos ruidos fontaneros
será el que ahora se despiste
                        y salga fuera
contento de afilar su día por romperme?

Donde mi soledad
guardo cien venas descarriadas
y rebeldes, todas a una,
dispuestas para dar, y darme fuerte
de explosiones
en cada cavidad desconocida.

Y así con efusiones se doblan
y adjetivan mi nombre
y lo salpican de olvido como sangre
-todo alaridos-
y me quitan el aire de los dedos

                        y los muerden.

Necesito apartarme de este bullir
de vida relativa, interna y aprensiva,
salir hasta los medios,
y allí, silenciado y ausente,
saberme solo y lejos,

                        y al fin volverme mío.



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miércoles, 30 de marzo de 2011

VERANO

¡Vaya, es un poco descorazonador! Ya sabía que me leíais pocos, pero tan pocos... en fin, así son las cosas.
En cualquier caso aquí dejo otro pequeño poema de la serie "Pinceladas" y propongo de nuevo el reto: ¿Qué hay en la construcción de este poema y del anterior, que les otorga la categoría de "curiosos" (o "raros, o "distintos" o.... ¡yo que sé!, pero es algo que "no tienen", y por eso mismo pueden llamar la atención (o no, visto lo visto).
¡Ánimo que no es difícil!


Paja -y trigo-
y olores de alfalfa
adormecida.
Colores de verano, y risa
entre las piedras
de los ríos, en el agua fría,
tras el aire nuevo
sin miedo a las tormentas,
tan rubio como un sueño
tan libre y niño
como esa cometa
de tus altos vuelos.


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lunes, 28 de marzo de 2011

PRIMER DÍA DE ESCUELA

Notas:
Este poema se lo quiero dedicar a Laura Caro, pues al entrar en su blog me he encontrado con otro de idéntico título. Nuestro primer día de escuela, el de todos, es nuestro primer día importante.

En segundo lugar, comentaros que este poemita forma parte de una serie a la que llamé "Pinceladas". Cada uno de ellos comparte varias características, pero sobre todo una curiosidad desde el punto de vista formal y constructivo. Os propongo, como juego, que intentéis descubrir ese "detalle" curioso en su concepción. Creo que es bastante fácil de ver, pero a lo mejor no tanto...Si en este no lo encontráis seguiré subiendo poemas de la serie hasta que alguien dé con el "misterio".
¡Venga, animaos e intentadlo!



Sueño y olor a pan tostado;
la calle arriba, el aire nuevo
de mi mano entre tu prisa.

Algarabía de mocos y pañuelos, ojos enormes
con el susto de lo inmenso.

Pintura fresca por las escaleras,
las filas de mil rayas como batas.
Rostros asombrados,
risas a mantequilla y entre los miedos,
miedo.

El cuaderno blanco de renglones blancos,
los lapiceros, un sacapuntas,
y la tabla del pupitre
fría
bajo los muslos mudos
donde aquél tierno bosque de palotes.



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jueves, 24 de marzo de 2011

CARACOLEOS

Hoy tengo el cuerpo infantil, así que toca cuento. Confío en que os guste

¡Qué duro es ser caracol!

Ya llovió; yo salgo de paseito,
andando tan despacito
como avanza un caracol.

Me desplazo entre las ramas
bordeo por las ventanas
y escalo ese macetón.

¡Que duro es ser caracol!

Regreso bien comidito
dejando rastro de plata
pues se acerca un nubarrón.

¡Que duro es ser caracol!

Ya se acaba la mañana,
noto el fragor de unos pasos,
siento una sombra lejana...
¡...y recibo un pisotón!.

¡Que duro es ser caracol
entre tanta prisa humana!



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sábado, 5 de marzo de 2011

EL DERRIBO

.
Con un llanto de cascotes torrenciales,
el viejo caserón donde guardaba mis esquinas infantiles,

-intactas bajo tres asombros nuevos
de adoquines, meriendas y fantasmas-

humillado por diez golpes y un gesto de dolor dormido
-como César ante Bruto en la escalera-
ha tapado su agonía entre estertores,
y con la tos azul del viejo fumador que lo vivía
se ha rendido de una vez al miedo
en su duelo privado
de andamios rojos y piquetas

Como aquellas ballenas varadas de presagios,
por sus huecos-poros suspira los últimos vapores,
-polvo al polvo y todo nube-
elevándose hasta el cielo la huella gris ahumada
que resume en una sombra
la fuga sugerente de su magia contenida.

Tras los despojos se adivinan risas y juegos perdidos,
días temblorosos de placer, o miedo,
-todo mezclado al olor de mesas rancias-
flotando un hambre sin mañanas.

Noches estudiadas con luz de velas ateridas,
una lámina de tedio escarchando las ventanas;
rumor de gatos pardos, llantos neonatos o agonías,
fiestas de satén y brillo en los bordados ojos
de las vestales muertas
-hoy ya estatuas-
yacentes en mármoles antiguos y quebrados,
rotos como sus huesos mudos,
como estas palabras abatidas
por la punzante idea que penetra
con certeza clara, la naciente constancia
de la huída de los tiempos idos
-otrora amables-

                                  y el arribo imparablemente lento de la nada.



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viernes, 18 de febrero de 2011

DESCUBRIMIENTO

.
Te acerco al vendaval
furioso de luces y carriles.

Aprieto con mi miedo tus dos manos
y sé que deberé dejarte ir.

Logré pasar el tiempo tan dormido
en mi propia rutina de crecer
que no advertí cómo nacían
rendijas en tu piel bajo la edad.

Hoy vuelve aquel día septiembre
y colegial cuando temblaba
cosido de tu brazo
para mirarte de nuevo saltándome los años.

Y donde fue la voz del padre fuerte
descubro el habla polvorienta
de un anciano.

Sí, te dejaré ir solo

solo

como a un niño en su comienzo.

-e igual que tú me despedías
preocupado
cuidaré tu lento pasear
por las aceras-



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jueves, 10 de febrero de 2011

AFASIA

(nota: este poema ya lo publiqué en abril de 2010, pero por razones que no vienen al caso, el cuerpo me pide ponerlo de nuevo)


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No pidió permiso el hambre
para tomar la vez.

La palabra comer fue la primera,
después llegaron todas a su boca
una encima de otra amontonadas.

Y luego tuvo sed de caramelos.

Así secaron los cariños dulces
que decías
y te quedaste mudo
y te llegó la nada al gesto,
ausentes los verbos, tullida la lengua

y ya no tuve padre ni adjetivos,
tan sólo la presencia de tu estatua
gritándole a las cosas sin su nombre
-vaciadamente ingratas-
una maraña de miradas, silencios
y tristeza.



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miércoles, 2 de febrero de 2011

RETRATO (cubista)

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Si afilas los timbres de tu historia
apenas si oirás lo que mereces.
Será tu retrato monigote y alambre:
La nariz tuerta del padre, los ojos
ausentes
perdidos
buscados
debajo y enfrente, perfil del cuatro,
mentón partido entre dos fuentes,
la que secaste y otra que te bebe
dentro
siempre.

Andén subido al diente,
sala de espera, pantalón
de piernas
de pasos
de liebres.

Al fondo hay un espejo que se vuelve
¿te reconoces?

zapato y muerte.



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martes, 11 de enero de 2011

EL ROSARIO (2ª Parte)

(Relato ganador del 2º premio en el XXVII Certamen literario de la Asociación de Mujeres del Picarral-Zaragoza convocado bajo el lema: "Los secretos de mi bolso")

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Como expliqué antes, hemos crecido a la par y - ¡qué ironía! - según la vida se nos complica ha aumentado nuestro peso cargadas con un lastre de experiencias. Sobre mis viejos fetiches se han superpuesto más pastillas, más muletas. Primero fueron ansiolíticos, luego somníferos, finalmente los antipsicóticos. Es difícil idear una ascensión a la locura tan bien escalonada.

Entonces comencé a notar su suave influencia de manera tangible y clara, al principio con complicidad, con sintonía. Parecía conocer mis intenciones y al buscar algo en su interior, él me devolvía otro objeto diferente del deseado que venía a resultar providencial: Con frecuencia me daba un caramelito de menta en vez del cigarrillo que ansiaba; otras veces me entregaba un pañuelo de papel cuando, en realidad, buscaba urgente las gafas de sol –y así me advertía, en silencio, de que los sentimientos se deben mostrar pues las lágrimas, para que mojen y arrastren, han de hacerse públicas-; también quedaban esas situaciones donde acallaba, discreto, el teléfono móvil y luego yo descubría varias llamadas perdidas de mi “ex”, con lo que me ahorraba una discusión. Era su elegante forma de protegerme: mi pequeño-gran ángel de la guarda.

Jamás lo comenté con nadie pues apenas era una impresión, una sorpresa. Además, siempre se me han hecho insufribles esas sonrisitas escépticas que sobresalen de algunos labios con su infecto aire de condescendencia. Sí, me darían la razón, igual que a los niños y a lo tontos, o me intentarían convencer con elaboradas teorías freudianas sobre el inconsciente y los actos fallidos.

Y el caso es que era listo, nunca alteraba las cuestiones importantes sino que actuaba con acciones muy sutiles y concretas. Aquello exigía el concurso necesario de una inteligencia, pero ¿cuál?, ¿acaso mi negada personalidad rebelde, o quizás otra diversa e innombrable?

Desgraciadamente, con el paso de la vida, ha sucedido como con los amantes celosos, que poco a poco se tornan posesivos, exigentes y reclaman supuestos derechos. Tal vez por ello, sus intervenciones han cambiado de amables y delicadas a otras claramente inoportunas, desagradables, aterradoras.

Son actos cargados de secuelas pues alteran el orden de la realidad. El primer aviso serio lo recibí al presentar el pasaporte en el aeropuerto. En vez del mío emergió de su interior, gastado y sucio, el de mi padre, ese hombre borroso que nos abandonó siendo yo niña. Después de perder el vuelo y todavía impresionada, lo revisé de nuevo: Sin ninguna explicación aparente, aquél era “mi“ pasaporte. Supuse que había sufrido una alucinación y no quise darle más vueltas, ¿para qué?

En otra ocasión protagonizamos una escena en la panadería digna del mismísimo Mister Bean. Cuando intenté sacar la cartera para abonar la “baguette” que compro a diario sentí cómo algo –o alguien- me agarraba con firmeza y tiraba fuerte hacia un fondo inexistente. Visto desde fuera debió resultar muy cómico el espectáculo de una mujer de mediana edad bailando enloquecida con un pan en una mano y su bolso en la contraria. Para mí no lo fue. Farfullé una disculpa y salí huyendo sin pagar. Cuando logré desasirme, el anillo que heredé de mi abuela ya no estaba en su lugar. Supongo que andará perdido por su abismo pero no he tenido valor para buscarlo.

Así hemos convivido últimamente, con este juego siniestro de advertencias y premoniciones donde no sé distinguir si pretende empujarme a la locura, o se erige en portavoz de algún mensaje culposo del pasado. En cualquier caso, esta misma tarde he sufrido la más desconcertante de sus acciones, la que por fin ha sobrepasado todos los límites, la que ha roto nuestro pacto vitalicio, pues ha despertado un resorte de duda intransitable entre mis miedos.

Comprended mi espanto: Había conseguido intimar con un hombre joven, razonablemente feo, y lo suficientemente hambriento para calmar las inquietudes de esta mujer, sola, madura –aunque no decrépita- y que, pese a estar alejada de sus mejores momentos, aún conserva cierta opulencia acogedora (lo sé, soy un pendón, pero a mi edad se agradecen las pieles tersas. Por favor, no me juzguéis). La cuestión es que, llegado el momento oportuno, busqué con urgencia un preservativo –os dije que siempre hay que ir prevenidas- y, en su lugar, descubrí entre los dedos, imposible, ¡el rosario de mi madre!, aquél que prendí llorosa de sus manos tibias y ausentes el día en que la enterramos; el mismo con el que rezamos juntas durante tantas tardes amargas de culpa y pecado simulando un continuo bisbiseo de bocas apretadas. Aquél que deseé no volver a ver jamás.
El grito que ensayé nació mudo y se dirigió hacia mí para llegar más lejos y más hondo, que los fieros alaridos de un Tarzán entre lianas; tanto que ha colmado el vaso de las dudas y me ha secado los rincones.

Por eso estoy aquí ahora, con mi dañino bolso, dispuesta a asesinarlo oculta entre cañares, armada por la misma desazón de pieles erizadas que antecede a un sacrificio. Tendrá mucho de suicidio –así lo siento- pero un clamor de voces sepultadas me lo exige.
Después lo purificará el fuego y lo enterraré –sigilosa, subrepticia, culpable- en el descampado, bajo las tamarices, junto a otros lodos pasados y un despojo del presente.


***

“Ya se ha perpetrado la matanza y camino con un hálito de paz. Hay quien me creerá loca -¡yo no sé!- pero ahora regreso ligera por las calles, de nuevo niña, sin otra luz que mi futuro y el eco incomprensible en un bolsillo de aquél rosario viejo y lacerante, como una punzada en el vientre, como una llamada del tiempo”.




... FIN ...

lunes, 10 de enero de 2011

EL ROSARIO (1ª Parte)

(Relato ganador del 2º premio en el XXVII Certamen literario de la Asociación de Mujeres del Picarral-Zaragoza)


Jamás imaginé que la traición naciera perfumada de coñac, ni que los actos que más nos dañan se preparan sin temblar.
Abandono un par de monedas desganadas sobre el mostrador y, de nuevo, siento cómo empuja este pánico donde me nace el rencor. Él se insinúa con algunos roces suplicantes que otorgan a su tacto un calor extraño, de llanto u oración, pero no logra conmoverme.

Enfrentados a la calle husmeo el aire con disposición de fiera, elijo un rastro agreste tiznado con aroma de charcas que llega por la izquierda y, en silencio, comenzamos nuestro andar cabizbajo hacia el martirio por un sendero de calles semioscuras, casi entrecerradas.

Es ahora, durante este caminar penoso cuando, en cada esquina que doblamos, me atraganta un pellizco de memoria:
No puedo concretar cual fue el primer encuentro, pues así sucede siempre con las cosas que de verdad importan.

Al principio yo era tan pequeña que nada sobresalía en mí para justificar su existencia y menos aún su uso –tan pequeña que al salir de casa iba libre y liviana, cargada sólo con mi conciencia sin pasado-.

Verdaderamente no guardo una noción exacta del milagroso momento, pero supongo que influyeron las amigas, la moda, las costumbres - ¡qué se yo! - y en algún instante difuso entre la pubertad y mi adolescencia nos descubrimos juntos, abrazados, e iniciamos esta andadura convergente, tal vez por su presencia seductora o porque era inevitable, como el pecado original.

En esa época remota él sólo era un vacío, pues mi ser incipiente no precisaba ningún auxilio, pero la nota de su peso tenue en un costado alentaba promesas de lealtad y futuro. Y así, fiada a su criterio, fueron apareciendo, con un orden casual, aquellos detalles que me completaban: Algo de dinero –poco-, un pañuelito de flores, las gomas del pelo, ciertos secretos… Con el paso de los años, y a medida que se alejaba la inocencia, llegaron más inquilinos: Una cartera de piel, mi polvera espejada, un lápiz de labios, las primeras compresas… Nos íbamos haciendo mayores, tanto que al fin hemos alcanzado esa edad -que algunos dicen madurez y otros decadencia- donde todo parece detenerse.

Habitualmente su contenido presenta una confusa barahúnda de objetos que puedo separar en tres grupos bien diferenciados. De una parte está lo funcional: El monedero, la documentación, tarjetas de crédito, una agenda, las llaves de casa, un bolígrafo, el móvil…

Luego vienen los accesorios de uso íntimo e “imprescindibles”: Los consabidos “tampax” (para las emergencias, y sí, ahora que somos “adultas” usamos tampax), mis adminículos de maquillaje, un paquete de “kleenex”, el cepillo de dientes plegable, braguitas limpias, preservativos -nunca se sabe con quién va a amanecer una-, varias aspirinas, los cigarrillos…

Estos dos apartados son cambiantes, dependiendo de las circunstancias, pero al final quedan esos otros misterios inmutables y que a nadie dicen nada sino a mí: Un lejano billete de tren - ¡aquél viaje! -, una ajada entrada de cine, el mechero gastado de un amor imposible, varias servilletas de papel tan arrugadas como sus versos… en definitiva esa constelación de residuos mínimos con que se construyen nuestras vidas; porque los grandes eventos, los actos especiales, son eso, singularidades, rarezas, y sus logros los colgamos en vitrinas y paredes, a la vista, mas la verdadera realidad se edifica con rutinas que escondemos en el bolso.

Por eso, en el mío, todo tiene su lugar y su razón y el conjunto dibuja una silueta única, un perfil de hembra en movimiento. Cumple el cometido de un críptico diario íntimo que -para quien sepa leer detenidamente sus mensajes- me define y explica en el tiempo, y aunque somos juntas, adquiere una personalidad independiente, pues me excede.

Durante largas temporadas nuestra relación ha sido amable y amistosa. Bien es verdad que él cambia con frecuencia su aspecto exterior, pero al igual que las personas renovamos nuestras células cada siete años, sin dejar de ser nosotras, así mi bolso mantiene su entidad, su esencia, al margen de las formas.




../.. (continuará)

lunes, 3 de enero de 2011

VENDRÁN MÁS DÍAS

(Con los mejores deseos para el 2011)


No llevo la cuenta de los que ya pasaron
pues sería restarle un grito al aire.
Tan sólo hago memoria de algunos,
los que sabes;
del resto, quedarán ocultos, perros,
empañados por la niebla, borrosos
como bultos apilados en un hueco sin remite.

No me importa demasiado ese oscuro
destino que les guardo. Tuvieron en su mano
el mirto y el laurel de las gestas cotidianas,
mas le tuvieron miedo al viento, al suelo
de las calles, a la mirada vigorosa
de las vírgenes vestales.

-merecen el destierro-

Tanto llover de días
siempre rectos me empapa la ilusión
de viejas puertas y me descubro como avaro
contador de calendarios y relojes.

Pero se que vendrán otros nuevos con sus mares
y sus cuentos,
traerán en la mochila semillas de alcanfor
y olor a quiero; me ofrecerán el fruto del manzano
amargo y, aquí sin Dios, os juro que escupiré su piel
y libaré del zumo.



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