lunes, 12 de enero de 2015
Empecé a escribir poesía, por motivos largos de explicar, a finales del año 2007. Durante dos años sólo poesía. Luego, y por insistencia de mi entorno, probé con el relato corto y....¡milagrosamente gané un premio con mi primer relato! Os lo traigo aquí de nuevo, porque le tengo especial cariño.
POR LAS ESTEPAS
.
De nuevo tuve que aguardar junto a la puerta.
Hay algo en Ana que va más allá de la simple impuntualidad, algo que la retiene involuntaria frente al espejo, algo íntimo y hermoso.
Es coqueta Ana, y eso me gusta, aunque me haga esperar demasiadas veces.
Inquieto, me limité a emitir un gruñido suave, casi una súplica. La quiero demasiado para regañarla.
Al fin salimos al aire frío, a los azules suspensos, a los olores curtidos de vida que nutren el barrio. El paseo fue más largo de lo habitual. Hoy es un día distinto. Lo sé porque tuvimos que llegarnos hasta la pastelería New York. Queda más lejos, pero nadie hace las reinas de nata como ellos. Y las pastas de té.
Ana sabe que soy feliz cuando esto ocurre y me reservó la sorpresa hasta el final. El intenso almizcle de los obradores, el perfume del bizcocho, la solidez gustosa de la nata…
Inevitablemente hoy es especial: Vienen todos los que importan a comer.
Ahora entiendo su demora, más reposada que en otras ocasiones, su nerviosismo feliz, lo luminoso de su aroma.
De vuelta a casa, Ana se desliza ligera, risueña, nube, mientras susurra despaciosamente “ne me quitte pas, il faut oblier…”
y yo, a su lado, airoso y firme como un gallo.
***
La primera en presentarse es la pequeña Eva, acompañada de Fernando, su padre y exmarido de Ana.
No nos soportamos y ambos lo sabemos, aunque disimulamos lo suficiente para que la sangre no salpique. Algún día, tal vez, le tendré que recordar que ahora Ana está conmigo, sólo conmigo. Felizmente se fue enseguida.
Eva todavía tiene ocho años y mucho juego dentro, mucha curiosidad de cachorro. Siempre me sorprenden sus descaros.
Al poco llega Antonio. Trae una botella de vino, un ramo de despistes y el desenfado pausado de los años. Antonio es el padre de Ana, al decir, el abuelo de Eva. Vive solo en el destartalado y enorme piso familiar. Demasiado solo; por eso, estas pequeñas ocasiones son tan importantes para él.
Siempre lamenta la dificultad de reunir a la familia al completo, pero sabe que es imposible:
Su hija mayor, María, vive en California, soltera, lesbiana, egocéntrica. Raramente viene a España y cuando lo hace no tiene demasiado tiempo para nadie.
Luis, el único varón. Ha discutido con todos (siempre fue un celoso) y, a efectos prácticos, no existe. Además su esposa es insufrible, por lo que tampoco se les echa en falta.
Alicia, la menor, marchó a La Coruña con su pareja actual (una de tantas), y sus visitas cada vez son más espaciadas, aunque con ella todo está bien.
Tal vez por eso Ana se ha convertido en el centro involuntario de la vida familiar, especialmente desde que se separó de Fernando. Entonces yo no había aparecido aún en la historia de Ana. Ahora puedo decir, con orgullo, que soy el eje imprescindible de la familia, el equilibrio necesario.
Por fin asoma Matilde, tarde y urgente, lo que no sorprende a nadie. Es la hija mayor de Ana. A sus 20 años ya hace vida independiente. Todavía está en esa etapa en la que piensa que la familia es más bien una molestia. Supone, ingenua, que sus experiencias son maravillosamente únicas y que nadie la puede comprender. Es la arrogancia de la juventud, el siempre nuevo descubrimiento de las cosas, el ciclo interminable. Ya madurará y, entonces, su instinto la traerá de nuevo al orden de la vida.
***
La casa, ya completa, se ha envuelto de voces y emociones. Algunas nuevas y brillantes, recién despiertas como en Eva. Otras, serenas, entrañables y tiernas en los ojos de Ana o en la austera mirada de Antonio. Alguna inquieta, y fuera, y algo ausente en los labios prietos de Matilde. Pero todas cómplices, ligadas por un tenue asombro de pieles conocidas más allá de palabras, algo que se resume infinito entre los genes.
Cada uno de ellos es un árbol de la estepa, mi universo, y a todos les entrego la ración de afecto que precisan.
La amistad nacida entre Antonio y yo tiene un ritmo especial, respetuoso y lento. Sabe que soy el mejor de los oyentes y al mirarnos a los ojos, todo queda dicho sin decirnos nada.
Con frecuencia bajamos al parque y allí me habla con detallada nostalgia de otros tiempos, de su esposa muerta, de una infancia lejana; de cuando las familias eran grandes, inmutables y se agrupaban como almiares en torno del patriarca.
-“Mi padre –recuerda-, sólo necesitaba un gesto y todo se callaba. Y luego vinieron los noviazgos, las esperas. Fundamos el hogar en tiempos duros, apretados. Y fue un buen lugar para los niños, y fueron buenos años. Faltaban cosas, pero sobraba cariño. Después crecieron, comenzaron los estudios, entablaron sus batallas. Y ahora me llegó la soledad… ¿qué hicimos tan mal?”- entonces calla y mira lejos, y escucha dentro. Yo comparto entero su silencio.
Eva es mi favorita. Disfruto viéndola jugar en el parque con otros niños. Es divertido cuando Ahmed quiere tener cuatro novias, o cuando niñas y niños juegan a divorciarse y se pelean. Al final siempre ganan las niñas, pues son más resueltas. En ocasiones participo de sus guerras y soy montura y soy jumento. Y me agotan y vuelvo al tiempo de los besos y corro, corro hasta gastarme el alma.
Con Matilde tengo más distancia. La veo poco y escoge mantenerse ajena. Pero trae en la ropa y en su aire un relato de miedos, de ansias, de tantas ganas de vivir… y un fondo algo tiznado de alcohol, humo y nostalgia.
Definitivamente, Ana.
Imaginadlo todo, abarcad el cielo con los brazos y atisbaréis el rastro leve de su esencia. Hembra serena, completa, amiga. Compañera leal, sin condiciones, deliciosamente mía.
Cuando de noche, Ana, agotada, cae al sueño pronta.
Yo me tiendo a los pies de la cama y protejo su reposo. Y mientras duermo alerta, comienzan mis andanzas por la estepa. El viento, la nieve, el olor de la presa, la manada, mi fiereza. La antigua llamada de los clanes.
Soy Hans, el perro de la casa, guardián de esta familia, su muralla, y en mis dientes oculto mil aullidos.
Este perro lo dibujo mi hijo Cosme para este relato con 11 años. No es copia, sino pura imaginación.
***
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