viernes, 27 de febrero de 2015
¡¡¡Por fín: Aquí está el desenlace, desanudamiento o como queráis llamarlo del intrigante relato: LA TELARAÑA.....
LA TELARAÑA (2ª PARTE)
“Así es, (si así os parece)” L. Pirandello
3.IRENE
Desde el teléfono se asoma, sin sorpresa, un mensaje rechazando la llamada. Irene, violenta, lo despanzurra contra el suelo. Necesita hablar con él, necesita dinero y –aunque ni ella misma lo sepa- necesita sentir que hay alguien en el universo a quien le importe, más allá de una madre adicta e indolente.
Tumbada sobre la cama, se enciende un cigarrillo de marihuana. El ritmo mágico de las volutas de humo la relajan y comienza a repasar los paisajes de aquel día indecente: La expulsión del instituto (otra más), el sexo rápido y brutal con los chicos “malos” del descampado por conseguir algo de “hierba” y sus hirientes burlas, el regreso a un hogar imposible donde la madre dormita sobre una cama deshecha con la jeringa colgada aún en su antebrazo, la nevera vacía y el asco -sobre todo el asco- hacia sí misma. Entonces llora, como cuando era niña, como nunca se permitirá hacerlo ante nadie.
Algo más tarde decide acercarse a casa de Juan. Él tiene conexión y, más o menos, la trata con respeto. Allí, en Tuenty, se encuentra con el entorno ideal que tantas veces ha imaginado: amigos generosos que le ofrecen su amistad, niñas con familias cariñosas y estables que la consideran una más, bromas, fotos, canciones de moda, los amores secretos… todo el entorno de una adolescente feliz. Luego, cuando comprueba que es la hora, selecciona la Web del foro: “e-darling” y busca ansiosa la presencia de “Abel” en el listado de miembros conectados. Rápidamente le solicita un “privado” y comienzan su conversación.
Abel: “¿Qué tal estás, gatita?
Irene: “Bien… te echaba de menos…”
Abel: “Pues aquí me tienes para hacerte feliz. ¿Qué llevas puesto hoy?”
Irene: “El conjunto negro con puntillas que tanto te gusta. ¿Me lo quitarás muy despacio…?”
Abel: “Desde luego, muyyyy lentamente, con un escalofrío entre las piernas, para que esos pezoncitos se afilen como navajas…”
Irene: “Abel…, ¿tú me quieres?”
Abel: “Claro gatita, claro que te quiero…, pero sigamos con lo nuestro….”
Irene: “Sí mi amor, como tú digas…”
Irene miente sobre su verdadera edad pues busca desesperadamente la compañía de hombres maduros. Hombres que le aporten un respeto del que ella misma carece y la protección y la seguridad que nunca ha conocido. Hombres -y no niñatos- que la amen por cómo es, que aprecien su interior y la transporten a un mundo que solo ha intuido en sueños. En definitiva, hombres como hubiera querido que fuera ese padre evanescente que siempre la ha rechazado. Pero Irene todavía no ha descubierto que los hombres son demasiado simples para comprenderla…
4.ANTONIO
Antonio Cañadas apaga pensativo el ordenador. Tras un rato de estupor, que abandona con un golpe de cabeza, sale presuroso para cumplir con sus obligaciones.
Mientras camina, reflexiona sobre la providencia divina. Gracias a las nuevas tecnologías, Dios ha puesto entre sus manos una herramienta capaz de dar cauce a sus inquietudes sexuales –aceptadamente limitadas- y que, además, le permite encontrarse con las debilidades humanas en un círculo virtual e inocente ajeno al concepto de pecado –no en vano “virtual” deriva de “virtud”-. Bien es cierto que habrá quien no esté de acuerdo con él, pero eso son disquisiciones bizantinas dignas de mejor propósito.
Él sabe que de la mano de Internet ha conseguido profundizar en todos los rincones del entendimiento, incluso en aquellos que se ocultan a nuestra propia consciencia. Porque Antonio se maneja con soltura en este nuevo entorno digital y mantiene un amplio círculo de relaciones a través de varias páginas de contactos. Mediante diversos avatares que ha construido con sutileza –“Petrarca”, “Donatien”, “Abel” y otros más- no hay aspecto del amor terrenal o la pasión humana -sin límites, ni cortapisas morales- que escape a su análisis. Y con ello ha mejorado sensiblemente la capacidad para atender y comprender los infinitos matices que aportan a diario sus “clientes”, incluso las motivaciones más ocultas, de tal manera que su misión resulta fortalecida pues consigue dar respuesta y alivio espiritual a la mayoría.
Antonio pasa presuroso frente al altar y se santigua. Observa que ya hay varias personas haciendo fila junto al confesionario –su buena fama se extiende-.
Mosén Antonio, cura párroco de San Nicolás -la mejor parroquia de la ciudad-, se dispone a administrar el sacramento. Ese día advierte la presencia de una chica sudamericana con ojos rasgados y pelo infinito, de un hombre cetrino de gesto adusto y de una adolescente demasiado triste para su edad. Ya los recuerda de otras ocasiones pues, extrañamente, siente hacia el trío, sin entender por qué, una emoción íntima y casi sensual que lo turba, como si tuviera con ellos algún vínculo secreto más allá de la Fe.
Durante un instante inmenso recuerda sus “aventuras” en Internet y sonríe para sí… ¡ay, si sus feligreses supieran…!
Una vez serenado, comienza con recogimiento otra nueva función:
- “Ave María purísima….”
***FINAL***
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