.
Allí aprendí que sin mirada
o palabra, nada existe.
Te llevaron un abril de las camillas
y no volviste más para quererme.
Se quedó toda tu vida en esa baba
tumoral, blanda, maldita,
abrazada a un bisturí seco y cortante.
Luego no hubo más besos,
sólo silencio acusador con ojos neutros,
y esa espera rabia, amortajada,
entre verde y camisones.
Tú no estabas aquí y era tu cuerpo
lo que ungíamos celosos,
rituales, en los meses velatorio,
alfilerado y latentes.
Cuando se hizo el dolor
de la muerte verdadera, no lloré
por tu partida:
me rompieron las maneras.
...
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