sábado, 17 de octubre de 2020

ALMIARES

       Joaquín Aparicio despierta como el mundo, a trompicones. Adormilado, se levanta sin hacer ruido, orina en equilibrio y baja a la cocina. Una vez encendida la “económica” pone a calentar la leche, corta unas rebanadas de la enorme hogaza, y dispone la mesa con mimo, con la calma imprescindible que requieren las pequeñas cosas, las que hacen la vida aceptable.    
     Entre tanto, abre la ventana y respira con hambre todos los aromas de la tierra; aprecia la frescura del aire y observa con detalle experto la montaña y sus matices. La ligera bruma que baja por los valles, el verde escalonado de las laderas, la línea entre el bosque y los prados recién segados, los almiares altos e imponentes, repartidos como castillos de brujas y el rocío que todo lo impregna. A lo lejos cuelgan las ovejas lachas de sus alambres invisibles; en el viento suave se mecen los cencerros lentos, trinan miles de pájaros, y un rumor como de agua se levanta desde el lecho de los ríos. 
 
- ¡Sí, todo es perfecto!
 
      
Joaquín sonríe a sus adentros y comprende el por qué de sus tesones. ¿Cómo abandonar estos paisajes, estos campos heredados de sus antepasados? ¿Acaso el sucio ambiente urbano compensa esta emoción del nuevo día? Ciertamente la vida sería más sencilla, más cómoda… y menos solitaria. Sus primos le insisten tanto… Y a veces se lo piensa muy seriamente, pero no hoy, 15 de agosto de 2220, día feriado y luminoso. 
 
   
     A las 11 empezarán a llegar los ciudadanos en el magnotren, y tiene que vigilar todos los sistemas para que el día transcurra a modo y los visitantes reciban la dosis de naturaleza y ruralidad determinada por el Ministerio de Salud Social.  
    Tras el desayuno se instala en la sala de control y va revisando uno a uno los elementos del parque-granja.
 
 
-¡¡¡Mierda!!!! Alarma en el almiar 17…
      
 En la imagen fija no aprecia nada, pese al zoom, así que envía un dron de vigilancia para analizar la situación… y descubre un agujero entre la falsa paja del almiar.
 
 
- Esto no es ni medio normal, tendré que acercarme para verificar… y encima está a tomar por cu… 
  
 Sin más demora, se instala en el transportín y señala la ruta al almiar 17. Dada la inmensidad del lugar, le lleva una hora alcanzar el extremo norte, junto a la valla que separa el parque del exterior prohibido. Una vez allí rodea el almiar con precaución hasta que siente movimiento. Con el corazón descontrolado, avanza un par de pasos más…
 
 
- ¡Válgame dios… esto es lo nunca visto! ¿De dónde has salido tú, perillán? Pregunta al cervatillo tembloroso que se acurruca entre la paja.
 
     
    Ahora sus emociones oscilan entre el alivio y la congoja pues sabe perfectamente que, por razones de seguridad biológica, no se puede tolerar en el parque ningún atisbo de vida exterior. Su obligación es sacrificar al animalito y eliminar los restos por incineración. Pero él se conoce y sabe que no podrá hacerlo. Echa un vistazo hacia la valla y descubre a la madre observándolos nerviosa. También nota un hueco tan pequeño que ni las alarmas lo han detectado.
 
 
- Lobos… seguro que han sido ellos. Lo habrán perseguido y se escabulló por ahí para esconderse… Me caes bien, amiguito. Eres un superviviente, como yo. Pero a ver qué hacemos ahora contigo. 
Sin pensárselo demasiado y contra todas las normas, recoge al animal con cuidado y lo pasa por el mismo hueco hacia la madre agradecida. Inmediatamente arregla la valla no sin sentir un escalofrío por la cercanía de ese bosque salvaje y cruel que envuelve a los humanos con un miedo insertado entre los genes tras milenios de cuentos sobre sus peligros…
***
    De noche, tras una jornada agotadora, se acerca a la cama y murmulla…
 
 
- No sé qué pinto aquí solo en este simulacro rural… cualquier día me voy a Nuevo Madrid, como hicieron todos… 
 
 
-¡Ven cariño! ¿Qué tienes hoy para estar tan mohíno… ven que te de mimitos… 
 
 
Joaquín, obediente, no se resiste: la abraza y se acurruca en su regazo.
 
 
- ¿Qué tiene mi niño?, ¿otra vez te asalta la tristeza?... 
 
 
- He encontrado un cervatillo recién nacido… y he tenido que… 
 
 
- Ya sé, no hace falta que lo expliques… afirmó Eva, aceptando su mentira.
 
 
- Sí, Eva, sí… ya me canso… este tipo de cosas… lo hemos hablado tanto… deberíamos irnos. 
 
 
- Sabes que yo pertenezco a este lugar, no puedo vivir fuera. Además, somos imprescindibles para el resto. ¿Cómo podrían soportar sus vacías vidas sin esta dosis semanal de frescura y calma antigua? …
  
- Todo eso está muy bien, pero nada es real. Somos como un museo polvoriento. 
 
 
- No importa lo que somos, sino lo que ellos creen que somos. La vida natural, el acompasamiento con las estaciones, los ciclos de la Tierra, el viejo saber acumulado durante generaciones... Recoger con las manos el fruto del trabajo, cuidar de los animales domésticos… son experiencias necesarias para la multitud adormecida. No podemos traicionarles, revelarles la verdadera esencia de este artificio. Y tú eres el nexo necesario entre nosotros y ellos; fuiste seleccionado entre millones porque mantienes el espíritu humano en tu interior y otorgas sentido a la existencia… 
  
- Eva, Eva… -susurró Joaquín, mirándola con ternura y deseo- siempre me acabas convenciendo; no sé cómo lo logras… 
  
- Es que te conozco bien, amor mío, muy bien… 
   
    E hicieron el amor furiosamente, con la violencia exacta que requieren dos cuerpos enardecidos por esa pasión animal olvidada y los gemidos fuertes de la vida. 
 
   
    Cuando Joaquín ya dormía, Eva -o más bien el “Robot Hembra H-243”- transmitió un informe completo a la central. Pese al galimatías de ceros y unos infinitos, alguien podría adivinar una chispa de felicidad en sus ojos positrónicos. 
 
 

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