viernes, 9 de enero de 2015

La barbarie islámica no tiene justificación. Ninguna barbarie la tiene. Pero tampoco debe servir de excusa para otras actitudes, ni justificar el odio al otro. ¿Cuántas veces hemos oído aquello de "no soy racista pero...."? Lo peor es que sí, que es racista, pero no lo sabe. En este poema le pongo palabras a esas emociones escondidas. Creo que os gustará.
















SE LE TIÑEN DE OCRE LAS ENCÍAS


Se le tiñen de ocre las encías
a la mujer protesta, la del cardado afable,
casi abuela, maternalmente
muerta, seminalmente indignada.

Se enverdece su piel casi a mordiscos
y se hace anfibia la lengua portavoz
de otras diez comisuras
para decir que no, que no confía
en el color azul de los ahogados
ni acariciará a sus hijos de cabellos crespos
exiliados, calladamente oscuros.

Se le infectan de miedo los temores
y no sabe,
no sabe que le crece dentro un tahalí
moreno, un carcaj dudoso y afilado,
la perfección del odio permanente,
un ojo aislado y tuerto,
un continente insulto
y alambrado como su esencia blanca
gotera y alambique
-pura mortaja con genes desvaídos-
del semental más flojo.

Se le hinchan de suspiros los collares
y pide compasión
por los negritos, tan monos cuando lejos, tan contentos
como los angelitos de Machín
soplando en las iglesias
-lástima que luego crecen-
con sus alas pegadas en el techo.

Le nace una emoción que tiene nombre
y no comprende ni la nombra
-pero ¿qué queréis si nadie se lo dice?-


***

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