jueves, 26 de febrero de 2015

RELATOS EN PORCIONES. Hoy pongo la primera parte de un relato sobre las relaciones en Internet. ¿Virtualidad o virtuosismo?


LA TELARAÑA (1ª PARTE)

“Así es, (si así os parece)”
L. Pirandello



1. SANDRA

Petrarca: ¿Cuándo tu mirada se olvidará de serlo para hacerse caricia y tal vez emoción, y luego más, acaso mucho más, que un mismo anhelo?”
Laura: “¡Ayyy, qué cosas tan lindas me anda diciendo! Son como cosquillitas que sonríen en lo tierno y me sofocan. No sea usted malo que ya no tengo edad para estos arrebatos…”
Petrarca: “Pero Laura, este amor nuestro no tiene tiempo, ni aun lugar: Todo nos queda corto y cada palabra urdida es otro escalón hacia el Edén…”
Laura: “Bueno, ahorita debo retirarme, pues me reclaman (ya sabe usted cómo se ponen los nietos…). ¿Mañana le espero a la misma hora?...”
Petrarca: “Seguro; aquí me encontrará, esclavo de su compañía.…”
Laura: “Chau…”
Petrarca: “Adiós, mi bien, adiós…”
Sandra María Avendaño desconecta con delicadeza el computador. Con delicadeza y un deje de nostalgia en su intención.
A través de la puerta siente el azote agrio de un llamado: -“¡Vicky, ven de una vez que hay faena!..”-. Termina de retocarse frente al espejo y sale apresurada hacia la sala.
Mientras baja recuerda cuando allá, en Cerro la Victoria, junto al Alto Paraguay, su abuelo la llevaba paseando por los galpones abandonados de la industria taninera. Todavía aguantaba en pié la mansión del propietario con esos salones inmensos de espejos rotos donde se escondía el recuerdo de antiguos bailes de satén y galanura, las puestas de largo de las niñas debutantes y tantos secretos enterrados bajo parterres de madreselva… Acunada por la voz terrosa de su abuelo, Sandra se desliza sobre mármoles quebrados, danzarina atrapada en el pasado… ¡Cómo imaginar que terminaría así, de puta -no hay otra palabra que mejor se ajuste- en un rincón perdido de España!
Hastiada de su realidad, evoca el día feliz en que descubrió esta Web de contactos, “Amor sereno”, y se atrevió a registrarse. Aquí ha encontrado verdaderos caballeros investidos con el lejano señorío que tanto admiró en su abuelo. Estos hombres, sobra decirlo, ya no cumplirán los sesenta, pero no piden nada a cambio más que cariño y sugerencia. Son discretos y respetuosos - ¡qué diferencia con sus clientes!-
De todos ellos, “Petrarca” es su preferido, pues además de sutil y elegante, nunca propone un encuentro real –imposible del todo-, y más que nada hablan de su unión como algo meramente ideal. “Petrarca” es engolado en exceso, casi medieval con sus aires de poeta, pero para ella, rodeada de sordidez, resulta ser el bálsamo que le permite mantener alguna fe en la humanidad. En definitiva, esta relación funciona como un salvavidas al que se aferrará hasta que llegue el ansiado retorno a su ciudad natal, donde suspira por una vejez tranquila frente al Chaco inmenso y silencioso.
Pero por ahora tan sólo es “Vicky”, la chica de enormes ojos rasgados, melena negra inacabable y mirada enigmática que causa sensación en el…

Club “Las damas”
Ctra nal. 323, Km 25,400.
Compañía selecta.

Visa, American Express.


Vicky entra al salón y observa la escasa -y no tan selecta- clientela. Se decide por un sudoroso hombre de edad indefinible que la observa, libidinoso, desde la barra… Según se acerca a él con un gesto a medio camino entre el asco y el aburrimiento se cruza con “Joe”, su jefe…

2. JOE

Joe escruta impaciente la desganada irrupción de Vicky al local, la hiere con una mirada amenazante y comprueba que, por fin, todo está en orden. Consulta el reloj y se escabulle sigiloso en un pequeño cubículo que cumple lo mismo las funciones de oficina, sala de visitas o dormitorio.
Joe en realidad se llama José, según consta en su amplia ficha policial:
“José Barreda Sánchez, nacido el 13/11/1958 en Mondoñedo (Lugo). Estatura: 175 cms, color de ojos: Verdes. Pelo: negro y rizado. Señas particulares: cicatrices en ambas muñecas. Profesión: Desconocida. Actividad: Proxenetismo. Calificación: Muy peligroso…”

Cree que su apodo “Joe” –y una falta absoluta de escrúpulos- le otorgan la dosis de misterio que necesita para ganarse el respeto imprescindible en este mundo hampón donde se inició de niño, primero al contrabando, después con las drogas, luego… lo que fuera para conseguir dinero fácil.
“Joe” admite que de ese ambiente no se sale, al menos no se sale entero. Él, que se desenvuelve con soltura en su papel de matón, encierra en su interior la mayor de las paradojas: en lo más recóndito de su alma se reconoce mujer -una hembra de bandera- y hubiera soñado con trabajar de “vedette” en cualquier Cabaret. Adora los vestidos largos de lamé y las boas, y las plumas de marabú, y las lentejuelas… Tal vez por eso es aún más cruel de lo necesario con las chicas que tiene a su cargo en el club, aquellos bellezones insípidos que tanto envidia… pero claro, él tiene que ser un hombre fuerte, el más macho, el más fiero... ¡iba a durar dos telediarios si cualquiera conociese su secreto!
Una vez seguro de su intimidad, abre la página de la Web “Sado”, teclea su nombre de guerra “Justine” –eso es lo mejor que tiene Internet: puedes ser quien desees-, introduce su clave… y accede al único lugar donde no tiene que mantener alta la guardia, donde es aceptada como una mujer verdadera, con todas sus fantasías reprimidas y todos sus deseos.
Chatea con diversos “partenaires”, aunque con quien más disfruta es con “Donatien”. Él sí que la comprende y le da lo que necesita:

Donatien: “Arrodíllate, perra, lame el suelo, azótate las nalgas, bébete mi orina y ábrete sumisa….”
Justine: “Haré todo lo que pidas. Soy mala, castígame, lo merezco …”

La conversación sigue en ese tono, y con otros matices aún más procaces, durante un buen rato. “Justine” precisa sentirse dominada, despreciada, herida. Acaso para dar salida a tanta frustración producida por su absurda realidad. Porque él, el castigador impenitente de ojos muertos y decisiones brutales, expresa una feminidad mal entendida -basada en la sumisión-, un ansia expiatoria y permanente de dominio y humillación. Y “Donatien” adivina perfectamente qué teclas y resortes manejar para liberar ese espíritu doliente.
Sabe que jamás podrán conocerse, que todo se quedará en el espacio indefinido de la red, pero también entiende que las emociones nacidas sobre su cuerpo son tan reales como el sudor que ahora se desliza desde sus pezones retorcidos hasta un excesivo miembro erecto.
Terminado su éxtasis diario, “Joe” vuelve a la sala para vigilar la buena marcha del negocio. Justo entonces siente vibrar algo en su interior, y no es precisamente un sentimiento, sino el maldito teléfono móvil con su habitual inoportunidad. Comprueba que se trata de Irene, una adolescente irascible e irritante de la que supuestamente es el padre –extremo que él pone en duda-. Con un movimiento de fastidio rechaza la llamada y sigue indiferente su camino hacia el salón del club...



***continuará***


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